lunes, 19 de marzo de 2007

Variaciones de Chinchilla: Las culebras

Cuando Teseo entró en el laberinto del minotauro fué aconsejado por Ariadna que le previno contra la complejidad de una trampa en la que era muy fácil perderse. Así que la prudente chica le entregó a Teseo un ovillo de lana que ató a la entrada del laberíntico edificio para que lo fuera desenrrollando a medida que avanzaba y de esa forma poder regresar siguiendo la hebra así dispuesta en caso de pérdida.
Chinchilla es un laberinto que gozo explorar con el seguro anclaje de los coronillos, que cuando no vuelan entre las sierras, entrenan en los pasillos del laberinto chinchillano. Cada vez que he ido con ellos, he descubierto una nueva manera de llegar desde Albacete, una senda distinta, una complicación diferente, una vergonzosa caída que avergüenza de modo distinto... Variaciones sobre un mismo tema y nuevos amigos con los que compartir la afición apasionada de la bici todo terreno.

Comenzamos ésta salida con ritmo lento, creando lazos de compañerismo. Gente amable y divertida. Salimos desde Albacete por el campus y enseguida me pierdo entre un laberinto de caminos que van complicándose pero dirigiéndose más o menos en línea recta hasta la sierra de Chinchilla.

Abandonamos el camino fácil y abordamos la senda entre chaparros hasta coronar un paraje llamado Las Culebras, no sin antes disfrutar otra variación en el recorrido en forma de senda de bajada rápida y divertida y de orientarnos entre las matas con un curioso fondo de molinos de viento.














Más allá de Las Culebras una bajada bonita y tranquila donde daba gusto ver a los coronillos deslizarse entre el pasto aún verde en dirección a las rampas del repetidor de Chinchilla.






En Chinchilla, dos compañeros deciden regresar y nos desean suerte: Ángel está nervioso y valiente: seguro que sufrimos, nos caemos y nos divertimos. En efecto así sucede porque en Chinchilla, es Ángel quién sujeta el hilo por el que nos guiamos entre el laberinto. Subida al repetidor y bajada a tumba abierta de los coronillos por esas sendas tan estrechas y arenosas plagadas de curiosos toboganes.
El valor es puesto a prueba que no la sensatez, hasta que me bajo en la última cuesta para poner en evidencia que el instinto de conservación existe aunque Ángel y Aitor no lo posean.



La adrenalina pronto es un recuerdo en mi organismo cuando regresamos a Albacete con el aire de cara y muchas paradas de un coronillo que no se hace a la idea de que el chapapote tiene sus limitaciones. Ángel cede a la evidencia y cambiamos la recámara, pero al menos ha luchado y a mí mientras tanto me ha dado tiempo a sacar una foto de la cebada verde con el cerro de Chinchilla al fondo. Salimos del laberinto y eso es lo malo: El fin de semana se acaba y comienza el entrenamiento sin amigos en el pedregal árido de La Felipa, al que no devolveré el valor que se merece hasta por lo menos el miércoles.














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