lunes, 26 de febrero de 2007

Sierra humilde y acogedora de Peñarrubia

Me gusta caminar por los caminos del pueblo de mi padre: Peñarrubia. Subir a los montes, mirar los horizontes verdeazulados de la sierra y andar entre los almendros que medran en estas tierras antiguas. Sin embargo, la bicicleta de montaña ha extendido la percepción que tenía sobre este lugar. Con la bici se puede ir más lejos y más rápido en el mismo tiempo; así que he descubierto rincones y recorridos en Peñarrubia que desconocía. Ayer hice con mi chica la clásica de la subida del Puerto del Pino. Llena de satisfacción afrontar la última rampa que casi hace levantar la rueda de delante y llegar arriba totalmente reventado. El paisaje de la sierra de mi padre es agradable, accesible y abierto. Los cerros ahora se recuperan del abuso del esparto en los años de posguerra. Tras coronar el Puerto, bajamos hasta la finca del Ojico y tomamos otro carril hacia La Piedra (un impresionante farallón de roca caliza que se levanta como una mole aparentemente inaccesible) que sólo pudimos bordear al llegar al Prao (un cortijo abandonado, pero no tanto porque aún se cultiva algo a la sombra de sus altas tapias). Después bajada a la aldea de Peñarrubia, visita a la familia y regreso al hogar paterno. En total 17 kilómetros de subidas, bajadas, vistas hermosas del valle del Segura y de la Sierra de Yeste. Nunca había enlazado tantos caminos en el pueblo de mis veranos de niñez ni disfrutado como lo hice ayer de la humilde grandeza de una sierra tan acogedora que alberga en algunos patios de cuidadas casas segureñas naranjos valencianos.

miércoles, 14 de febrero de 2007

El Padrastro de Bogarra

Una salida con el Pato. La cosa empezó bien: nos levantamos temprano y animados. Llevaba tres semanas sin salir y estaba cansado de llanear por los caminos de La Felipa, así que echamos las bicis en el coche. Cuando íbamos por la carretera de camino a Bogarra, la rueda trasera de la bici de Idolina explotó literalmente dejando las bicis perdidas de chapapote verde, mi oido derecho dolorido y el ambiente enrarecido con una especie de humo. La cubierta de su rueda trasera estaba reventada con una raja de cinco centímetros. El tendero, días más tarde, no daba crédito a sus ojos cuando vió la cubierta para pedir una nueva (la bici está en garantía).

Me frustro con facilidad y pensé en dar marcha atrás, pero el Pato que me conoce aún más que yo mismo, insistió en que siguiéramos para hacer un dúo (uno a pié y otro en bici) así que pensé que podía ser una buena idea.

Llegamos a Bogarra y rápidamente nos orientamos (esta excursión ya la habíamos hecho a pie hace dos años) hacia el camino que asciende al principio suavemente en dirección al padrastro. Yo iba subido en la bici y el Patito andando de buen humor y a un ritmo vivo. Empecé a albergar esperanzas de llegar a la cima.

Mientras ella caminaba, yo iba y venía por las rampas cada vez más empinadas de un camino que tras un par de desvíos se volvió muy empinado. Comenzamos a ver el Padrastro, que hasta ahora había permanecido oculto tras otros montes de menos altitud.

El recorrido es bonito porque te acerca un poco a los canteros del Río Mundo, pasas por montes y bosques de pinos. Colores verdes y azulados de la lejanía. El día amenazaba con lluvia, pero a veces se divisaban claros y la temperatura era buena. El patito se cansaba y yo también de tanto subir y bajar por el mismo camino ida y vuelta. Finalmente afrontamos una larga rampa que te deja a los pies del Padrastro, culminado en una aldea abandonada.

El Patito decidió quedarse porque era ya tarde y queríamos comer en el pueblo. Estaba cansada y sabía que tardaría en subir hasta la cima, así que se sacrificó para que yo sí pudiera subir con la bici. Empecé a subir por un camino bien arreglado dejando la aldea derruida abajo. Pronto encontré una barrera que impedía el paso a cualquier vehículo a motor, pero yo sí pude pasar con la bici para enfrentarme a 600 metros de rampas de un desnivel considerable. Tuve que poner pié a tierra (lo confieso) durante 15 metros infernales, pero el amor propio hizo que finalmente subiera a la bici y terminara el reto orgulloso de llegar hasta arriba.

En la cima, el aire soplaba con fuerza y algunas nubes se desplazaban con velocidad casi a mi altura, Pensé que podía llover, hacía frío y estaba al límite de mis fuerzas. Cogí el móvil y llamé a Idolina mientras me encaramaba a una caseta que hay en lo más alto, al lado del vértice geodésico. La saludaba mientras ella me miraba desde la aldea, que quedaba mucho más abajo. Misión cumplida, pensé.

La vista era sensacional y distinguía algunas cosas (como el Hueco del Batán) y veía muchos otros picos que no conocía. No pude permanecer mucho más tiempo allí, me comí una barrita y subí a la bici tratando de no caerme por el aire y el vertiginoso descenso. ¡Con razón tuve que bajarme de la bici al subir!, casi no podía bajar en algunos puntos. En seguida llegué a donde estaba Idolina que ya me esperaba para bajar hasta el pueblo.

Entonces empezó la cosa rara que me produciría agujetas el resto de la semana: Le dejé la bici y empecé a trotar hacia abajo mientras ella, muy cansada, se deslizaba con la bici. Anduve corriendo seis kilómetros hasta que el pato me dejó la bici, terminando ella el recorrido corriendo también (cosa que me sorprendió y me reveló lo mucho que el patito ha mejorado).

A las tres y media estábamos comiéndonos el bocata de lomo más rico que jamás hemos probado.

Esta salida es asequible, bonita aunque dura al final y las vistas desde el Padrastro son espectaculares.