jueves, 19 de mayo de 2011

Otra vez en la Cuesta de los Conejos

Después de tanto tiempo, da gusto coger la cámara, la bici y salir un día de casi lluvia por el campo. La Felipa en primavera es una preciosidad y quiero compartir los espacios verdes y amplios de mi hogar.

La salida es muy, muy corta (apenas una hora) pero tal y como tengo el cuerpo, mejor empezar despacito. Salimos de la Urbanización y pedaleamos tranquilamente por un falso llano con apenas subida. Un desvío a la izquierda tras casi tres kilómetros nos lleva lentamente a La Ventosa, cuyo nombre le es dado por el viento que aquí sopla siempre contra el pecho del que empieza la ruta. Bonito cortijo ganadero situado en lo alto de un promontorio en medio de interminables campos de cebada.



Tras pasar La Ventosa, nos dirigimos por el camino que nos llevará directos al cortijo abandonado de Los Garijos, rodeando todo el tiempo el Campo de Maniobras, salvo porque, por esta vez cogemos un desvío a la izquierda que sale a más o menos un kilómetro de la Ventosa. Este camino, algo más pedregoso y con ligerísima pendiente positiva nos desliza con nuestra burra hasta el cortijo de los Bailaores. No dejamos de detenernos a observar las numerosas madrigueras de conejos que dan nombre a la cuesta técnica que subiremos desde aquí. Es posible que sorprendamos a alguna zorra hambrienta y preocupada por sus cachorros tratando de obtener su sustentio y el de su prole.

Aquí comienza el Campo de Maniobras y salvo que te equivoques, deberías retroceder en este punto. Yo me equivoqué de nuevo (y es que no aprendo, mira que lo intento), así que continúo con mi burrilla desviándome noventa grados hacia la izquierda en relación al camino principal. Unas rodadas de todoterreno indican la dirección hacia la Cuesta de los Conejos. Conejos cruzan mientras engrano el plato chico. Molinillo, paciencia y riñones nos suben por una cuesta técnica de escalones de piedra, tierra suelta y roderas. Corta, bonita y asequible.

El Cortijo de los Bailaores ha quedado debajo y henos ganado cierta altura, sin duda. Continuamos por el camino unos metros cuesta abajo hasta detenernos frente a un ancho cortafuegos torturado por las maniobras de los blindados. No he sido capaz nunca de coronar su cima, que siempre se burla de mi debilidad cuando paso a su lado. Un reto irrealizable de esos que te mantienen soñando.

Pronto empalmaremos con un camino que, en esta ocasión (y para no equivocarnos más) seguiremos en dirección al Cortijo de los Garijos, pero sin llegar a las casas abandonadas de tapial, donde en esta época del año es un buen lugar para apreciar el vuelo de los cernícalos primilla.

Unos trescientos metros antes de llegar, cohgemos un camino ascendiente que sube a la izquierda y que nos devolverá a los alrededores de La Ventosa. Plato Chico (yo esto lo hacía con el mediano, ¡qué mal estoy!) y poco a poco, pero sin sudar demasiado porque chispea, llego al bonito balcón de la Cuesta de Los Garijos desde atrás. Siento (aunque no mucho, la verdad) haberme equivocado, pero ya estoy técnicamente fuera del Campo de Maniobras.



La Felipa se ve abajo, entre el verde cereal, que ya va granando y amarilleando. Bonita foto si hubiera luz.

El descenso se hace con precaución por un camino no muy difícil y por eso mismo traicionero, en dirección a La Ventosa. Se completa la circular. Una máquina de cosechar nos corta el camino. Me detengo, foto. La adelanto con suficiencia con mi burrilla al llegar arriba y cojo el Camino del Cubillo para regresar a La Felipa.



El Camino del Cubillo sale desde la Ventosa (o va hacia ella, según se mire) y en su primer tramo, nos deslizamos por un poco común paseo de almendros viejos que cobijan infinidad de especies de pájaros. Ójala supiera como se llaman, pero sólo sé nombrar a las Avetardas (Avutardas al parecer) por ser las más gordas, empachadas por el cereal recién granado.



Poco a poco el camino se atusa en una recta ancha dibujada con tiralineas sobre un campo de avena. Aparece un cubillo enorme adosado a un corral donde el ganado puede sestear y de hekcho lo hace en verano. Con el sol de las calendas de Julio podréis encontrar al pastor, su burra y sus perros a la sombra del tapial.



Y con ésto, regreso a La Felipa después de haberme llenado los ojos de horizontes verdes y cielos cuajados de nubarrones primaverales. La luz espesa y tenue del mes del ocaso me impide captar con la cámara lo que la mente percibe con los ojos, pero que conste que lo intento. Sabe Dios que lo intento.