miércoles, 18 de abril de 2007

Por el Valle de Guadahornillos

Guadahornillos es el centro de la zona declarada Reserva de la Biosfera y es el sitio más protegido de todo el parque de Cazorla, Segura y Las Villas. Nos disponemos a recorrer el valle, con el respeto que merece este fantástico entorno. Partimos de la piscifactoría del río Borosa, donde llenamos los bidones en la Fuente de los Astilleros y continuamos por el camino principal hasta el Puente de los Caracolillos donde nos cruzamos con un club de Morón (Cádiz). Ellos, valientes, subiran a la Laguna de Valdeazores por los túneles del Borosa. Cogemos un desvío ascendente hacia la derecha y dejamos abajo el Borosa. El patito se recoge el pelo y se prepara para el reto de 33 Km.

Es una pista cómoda, con una subida no muy empinada, rodeada de vegetación (muchos madroños, encinas, coscojas, chaparros y cosas así) que nos va, poco a poco elevando sobre el valle.
















Pasamos por infinidad de arroyos que llevan un agua fresca y cantarina, todos bien conducidos y adornados con preciosos puentes de piedra. El musgo encuentra aquí su paraíso, y el agua se desliza por la piedra suavizando la rudeza del mineral con que se ha levantado esta catedral de la naturaleza.
























Una breve parada para que yo pueda tomar fotos, le da la oportunidad al patito de comprobar la orientación. Hay que decir que el pato se orienta perfectamente en la maraña de caminos y senderos del parque.





La ruta entra ahora en una fase diferente. Hemos cogido altura y el paisaje se abre un poco más, mostrando unos preciosos paisajes. Resulta sobrecogedora la belleza de este lugar y el día acompaña, seco y soleado aunque no demasiado. Da gusto rodar tranquilo disfrutando de todo alrededor.













Pronto llegamos a la entrada de un paraje de especial encanto: El Cortijo del Robledillo, del que sólo queda el topónimo y un montón de piedras. Sin embargo, una avenida de árboles muertos, el pasto verde del entorno y una espeluznante brisa fresca que no llega a mover las secas ramas, contribuye a dotar de poder y fuerza este sitio. Nos detenemos para engullir la primera barrita energética en tan pintoresco lugar, mientras el patito repasa la navegación.












De vuelta en el camino, la cuesta se suaviza momentáneamente, convirtiéndose en un falso llano que pronto se empinará de nuevo. El bosque de pinos laricio, tan característico de Cazorla se muestra justo antes de que la ruta se vuelva algo más agreste. Comenzamos a avistar hervívoros en el camino.



Continuamos nuestro viaje, siempre en ascenso suave y esta vez pasando por unos fotogénicos portillos que nos muestran un encuadre diferente del paisaje y enmarcan nuestros esfuerzos.





























El paisaje cambia definitivamente cuando descendemos inesperadamente hacia una bonita quebrada. El sol se esconde tras las altas peñas.






Ahora pasamos por debajo del Castellón del Moro y nos dirigimos a las últimas rampas de la subida que culminarán en la Casa Forestal de la Fresnedilla. Estamos por encima del curso del Arroyo de las Truchas, curso de agua que más adelante tendremos que cruzar de una u otra forma. El paisaje se vuelve grandioso, pétreo y casi megalítico.


























Apretamos los dientes y enchufamos el plato chico para subir las rampas que parten desde el fondo de uno de los muchos barrancos de altura que estamos cruzando.



















Nuestros esfuerzos nos conducen al primer desvío que nos hace cambiar de camino. Si continuáramos alcanzaríamos 300 metros más arriba el Centro de Interpretación de Guadahornillos. A partir de ahora comenzamos una prolongada y cómoda bajada panorámica que no dejaremos hasta que el camino se convierta en una senda técnica, aventurera y desjarrapellejos, pero no adelantemos acontecimientos...

Cambiamos de valle, o mejor dicho, nuestra bajada transcurre por un cordal desde el que se divisa la enorme masa de la cordillera de Las Banderillas. Unas fantásticas vistas hacen peligrar nuestras costillas, pues temerariamente dejamos de vigilar las maliciosas roderas del camino con el riesgo de caída añadido.




































Tras cruzar el arroyo de La Gracea, tenemos que enfrentar nuestro destino, que no es otro que mostrar cuánto hemos aprendido de nuestros amigos del btt coronillas, porque vamos a afrontar una senda técnica de descenso nosotros solitos.




El camino comienza a discurir más cerrado. Aparecen piedras sueltas de regular tamaño y más vegetación. Cogemos el primer desvío, que no nos pasamos gracias a la buena navegación de Idolina. Seguimos camino que ya parece más senda que pista y alcanzamos un nuevo desvío, que no nos pasamos gracias a mi buen ojo.
























Éste es el momento en que la ruta se pone divertidamente técnica; o masoquistamente divertida, o técnicamente masoquista... se puede calificar como se prefiera, pero siempre utilizando los términos divertida y masoquista. Se estrecha, aumenta la pendiente descendente, se vuelve revirada y los romeros se crecen, dejando sólo algo más del ancho del cuerpo para pasar.

Una gozada de descenso en medio del bosque... se nota usada por bicis de montaña, ya que las zonas de paso están bastante marcadas. El patito comienza a flipar y yo mucho más, pero de manera diferente ...





La primera parte de la senda se acaba y todavía nos queda piel en los tobillos para seguir perdiéndola enganchándola en los voraces romeros que parece mentira que podamos atravesar. Llegamos a un pequeño collado justo a la salida del sendero - galería desde el que obtenemos una panorámica del valle formado por el Arroyo de las Truchas y de la sierra de Cazorla. Estamos al pie del Cerro de la Lobera y vive Dios que si quedaran lobos en Cazorla estarían escondidos en esta tan espesa maleza.












El desdichado patito entiende que tiene que seguir senda abajo, pero para ella la senda excede su nivel técnico, así que un poco agobiada se baja de la bici y continúa a pié empujando su montura. Es entonces cuando el valle se llena de lamentos, imprecaciones y aullidos... lamentos e imprecaciones del patito que se transforma en pato diabólico, tan harta está de darse golpes y de dejarse la piel en la senda; aullidos de mis frenos de disco que por nuevos y por húmedos, entonan una desagradable letanía de chirridos que se propagan por la antes apacible sierra. El descenso roza el límite de lo que yo sé hacer con la bici, pero acostumbrado a la Conor, la Lapierre nueva me parece alucinante y creo que la horquilla y geometría de la bici nueva me salvan de más de un vuelco. Estamos descendiendo hacia el Arroyo de las Truchas, que hemos de cruzar como sea, cosa que me empieza a preocupar.























Por fin se acaba la senda de bajada y llegamos al Arroyo de las Truchas, normalmente no mucho más caudaloso que una acequia, pero con las lluvias ha crecido mucho y no hay vado posible. Toca vadear por el río y pasar las bicis a la chepa. El patito, sin pellejo ya en las piernas, pero contenta por haber dejado atrás la incómoda maleza, no parece poner objeciones al paso del río.













Conseguimos llegar al otro lado, ya estamos en el valle del Borosa de nuevo y como premio, nos descarga encima la única nube de lluvia de la jornada. Nos mojamos durante unos minutos mientras empalmamos con el ancho y populoso camino de la piscifactoría. Los tranquilos paseantes no pueden ni imaginarse de dónde venimos ni los sitios que hemos visto.

Regresamos al coche por un camino que tiene imágenes tan bonitas como éstas: la incorporación del Arroyo de las Truchas (el que más arriba cruzamos) al río Borosa y el famosísimo y precioso en ésta época Charco de La Luna.


La ruta circular del Parador

Claro... si te alojas en el Parador, del cielo te están cayendo ladrillos, llevas con la bici en el coche un día entero, la bici es nueva y no hay manera de estrenarla... en cuanto deja de llover, aunque queden tres horas para oscurecer, te pones el casco y sales. La ruta más cercana es la que hemos bautizado el Patito y yo como Circular del Parador.

La primera parte es la subida al Puerto del Tejo y Laguna de Cazorla. Plato chico, chico, chico y suerte para no tropezar con las piedras más grandes que sobresalen del camino. Cazorla entera está surcada por estos antiguos caminos de herradura que comunicaban las poblaciones entre sí.



Pasamos el Puerto del Tejo sin detenernos (por la amenaza de la lluvia en ciernes) y nos dirigimos a la Laguna de Cazorla, que esta vez sí tiene agua. Tampoco nos detenemos, entrando en una zona de bosque cerrado con altos pinos laricios y todo muy, muy húmedo. Nos recuperamos de la agotadora subida de no llega a 3 kilómetros pero que tiene un gran desnivel.


Comenzamos un falso descenso que nos conduce a unos preciosos rasos (aquí se llaman rasos a los claros en el bosque entre peñas y con algo de altura). El paisaje se ha abierto hacia el valle del Guadalquivir. Nuestra próxima etapa será el descenso vertiginoso hasta el camino del Nacimiento del Guadalquivir.



Ha llovido mucho y los caminos son como charcos más o menos profundos. Ponemos a prueba el agarrre de las cubiertas en el descenso. Los frenos de la bici nueva comienzan a humedecerse (empiezan a gritar como si los estuvieran desollando), las ruedas a enfangarse y los pasos de rueda a saturarse de barro.

El patito, que tiene un miedo innato al agua, pone los cinco sentidos en la bajada, que aún siendo tendida y relajada, contiene la amenaza de los charcos profundos, las roderas y el deslizante firme. Yo disfruto como un enano con la horquilla de 100mm de la nueva bici. Nos detenemos a menudo para contemplar el paisaje que se abre a nosotros y todo el tiempo vamos entretenidos con los avistamientos de hervívoros que sorprendemos cruzando el camino. Nos llama la atención la aparición de un gran macho de cabra montés con un único y enorme cuerno.

Poco a poco, llegamos a nuestro segundo hito: el cruce con el camino del Nacimiento, que va pegado al muy crecido río Guadalquivir, que nace apenas cinco kilómetros más arriba. Lo seguimos aguas abajo en dirección a la tercera parada de nuestro recorrido circular: el atajo hacia el Parador, que en esta ocasión recorreremos en sentido ascendente. El patito encuentra una preciosa cascada que alimenta el río joven y yo me entretengo posando orgulloso de mi bici nueva, que ya no lo parece tanto.













Llegamos al cruce y tomamos el camino que nos devolverá al Parador, no muy limpios, pero secos y cansados, con hambre para hacer honor a la estupenda cena de media pensión que allí se disfruta. Nada más empezar, encontramos una rebosante represa que jamás ha llevado el agua que retiene éstos días de lluvia constante. El patito posa, pero con el rabillo del ojo fijo sobre el agua.

Más allá, el camino comienza una suave ascensión, muy pegado al arroyo que ha formado el barranco y que ahora lleva mucha agua. Todo el recorrido transcurre por un precioso entorno, de elevados pinos y amplios espacios de bosque típico cazorlero. El arroyo inquieto cruza el camino y hay que vadear, ocasión para sorprender al patito en tal menester.












Parece que la lluvia nos respetará después de todo, aunque ahora comienzan las empinadas rampas deslizantes que culminarán en el Parador. Apretamos los dientes y subimos como podemos.




















Subiremos cansados la última rampa antes de regresar al lugar donde comenzamos. En total, unos 18 km. Mañana nos toca la ruta del Valle de Guadahornillos. Entonces demostraremos de qué pasta estamos hechos y si la Lapierre merece el adjetivo de trialera. Nos espera la contundente cena del Parador y doy gracias a Dios por haber contenido, al menos por unas horas, el aluvión.