Claro... si te alojas en el Parador, del cielo te están cayendo ladrillos, llevas con la bici en el coche un día entero, la bici es nueva y no hay manera de estrenarla... en cuanto deja de llover, aunque queden tres horas para oscurecer, te pones el casco y sales. La ruta más cercana es la que hemos bautizado el Patito y yo como Circular del Parador.
La primera parte es la subida al Puerto del Tejo y Laguna de Cazorla. Plato chico, chico, chico y suerte para no tropezar con las piedras más grandes que sobresalen del camino. Cazorla entera está surcada por estos antiguos caminos de herradura que comunicaban las poblaciones entre sí.
Pasamos el Puerto del Tejo sin detenernos (por la amenaza de la lluvia en ciernes) y nos dirigimos a la Laguna de Cazorla, que esta vez sí tiene agua. Tampoco nos detenemos, entrando en una zona de bosque cerrado con altos pinos laricios y todo muy, muy húmedo. Nos recuperamos de la agotadora subida de no llega a 3 kilómetros pero que tiene un gran desnivel.
La primera parte es la subida al Puerto del Tejo y Laguna de Cazorla. Plato chico, chico, chico y suerte para no tropezar con las piedras más grandes que sobresalen del camino. Cazorla entera está surcada por estos antiguos caminos de herradura que comunicaban las poblaciones entre sí.
Pasamos el Puerto del Tejo sin detenernos (por la amenaza de la lluvia en ciernes) y nos dirigimos a la Laguna de Cazorla, que esta vez sí tiene agua. Tampoco nos detenemos, entrando en una zona de bosque cerrado con altos pinos laricios y todo muy, muy húmedo. Nos recuperamos de la agotadora subida de no llega a 3 kilómetros pero que tiene un gran desnivel.
Comenzamos un falso descenso que nos conduce a unos preciosos rasos (aquí se llaman rasos a los claros en el bosque entre peñas y con algo de altura). El paisaje se ha abierto hacia el valle del Guadalquivir. Nuestra próxima etapa será el descenso vertiginoso hasta el camino del Nacimiento del Guadalquivir.
Ha llovido mucho y los caminos son como charcos más o menos profundos. Ponemos a prueba el agarrre de las cubiertas en el descenso. Los frenos de la bici nueva comienzan a humedecerse (empiezan a gritar como si los estuvieran desollando), las ruedas a enfangarse y los pasos de rueda a saturarse de barro.
El patito, que tiene un miedo innato al agua, pone los cinco sentidos en la bajada, que aún siendo tendida y relajada, contiene la amenaza de los charcos profundos, las roderas y el deslizante firme. Yo disfruto como un enano con la horquilla de 100mm de la nueva bici. Nos detenemos a menudo para contemplar el paisaje que se abre a nosotros y todo el tiempo vamos entretenidos con los avistamientos de hervívoros que sorprendemos cruzando el camino. Nos llama la atención la aparición de un gran macho de cabra montés con un único y enorme cuerno.
Poco a poco, llegamos a nuestro segundo hito: el cruce con el camino del Nacimiento, que va pegado al muy crecido río Guadalquivir, que nace apenas cinco kilómetros más arriba. Lo seguimos aguas abajo en dirección a la tercera parada de nuestro recorrido circular: el atajo hacia el Parador, que en esta ocasión recorreremos en sentido ascendente. El patito encuentra una preciosa cascada que alimenta el río joven y yo me entretengo posando orgulloso de mi bici nueva, que ya no lo parece tanto.
Llegamos al cruce y tomamos el camino que nos devolverá al Parador, no muy limpios, pero secos y cansados, con hambre para hacer honor a la estupenda cena de media pensión que allí se disfruta. Nada más empezar, encontramos una rebosante represa que jamás ha llevado el agua que retiene éstos días de lluvia constante. El patito posa, pero con el rabillo del ojo fijo sobre el agua.
Más allá, el camino comienza una suave ascensión, muy pegado al arroyo que ha formado el barranco y que ahora lleva mucha agua. Todo el recorrido transcurre por un precioso entorno, de elevados pinos y amplios espacios de bosque típico cazorlero. El arroyo inquieto cruza el camino y hay que vadear, ocasión para sorprender al patito en tal menester.
Parece que la lluvia nos respetará después de todo, aunque ahora comienzan las empinadas rampas deslizantes que culminarán en el Parador. Apretamos los dientes y subimos como podemos.
Subiremos cansados la última rampa antes de regresar al lugar donde comenzamos. En total, unos 18 km. Mañana nos toca la ruta del Valle de Guadahornillos. Entonces demostraremos de qué pasta estamos hechos y si la Lapierre merece el adjetivo de trialera. Nos espera la contundente cena del Parador y doy gracias a Dios por haber contenido, al menos por unas horas, el aluvión.
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