lunes, 26 de febrero de 2007
Sierra humilde y acogedora de Peñarrubia
Me gusta caminar por los caminos del pueblo de mi padre: Peñarrubia. Subir a los montes, mirar los horizontes verdeazulados de la sierra y andar entre los almendros que medran en estas tierras antiguas. Sin embargo, la bicicleta de montaña ha extendido la percepción que tenía sobre este lugar. Con la bici se puede ir más lejos y más rápido en el mismo tiempo; así que he descubierto rincones y recorridos en Peñarrubia que desconocía. Ayer hice con mi chica la clásica de la subida del Puerto del Pino. Llena de satisfacción afrontar la última rampa que casi hace levantar la rueda de delante y llegar arriba totalmente reventado. El paisaje de la sierra de mi padre es agradable, accesible y abierto. Los cerros ahora se recuperan del abuso del esparto en los años de posguerra. Tras coronar el Puerto, bajamos hasta la finca del Ojico y tomamos otro carril hacia La Piedra (un impresionante farallón de roca caliza que se levanta como una mole aparentemente inaccesible) que sólo pudimos bordear al llegar al Prao (un cortijo abandonado, pero no tanto porque aún se cultiva algo a la sombra de sus altas tapias). Después bajada a la aldea de Peñarrubia, visita a la familia y regreso al hogar paterno. En total 17 kilómetros de subidas, bajadas, vistas hermosas del valle del Segura y de la Sierra de Yeste. Nunca había enlazado tantos caminos en el pueblo de mis veranos de niñez ni disfrutado como lo hice ayer de la humilde grandeza de una sierra tan acogedora que alberga en algunos patios de cuidadas casas segureñas naranjos valencianos.
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