lunes, 19 de marzo de 2007

Una nueva senda en Peñascosa

Peñascosa es un paraíso para la bici de montaña. Un laberinto de sendas, bajadas, rampas, caminos que lo conectan todo, bosques ocultos, cañadas, piedras y barro. Azul celeste, verde botella, pinos, jaras y zarzas para darte un atracón de naturaleza. En esta ocasión salimos con Angel y con Víctor, el asombroso hombre – cohete. Por supuesto nos acompaña el patito, la flor que adorna la sierra.

Empezamos la excursión con una pronunciada bajada que nos deja al pie de una rampa de no muy difícil ascenso, aunque llego arriba con los pulmones de fuera mientras Víctor, el increíble trepa – trochas, disfruta de su poción cuál Astérix. Detrás viene Ángel que ha tenido que detenerse a colocar la cadena rebelde que estuvo casi todo el tiempo fuera de su sitio.

El patito no ha subido la trocha. Ha rodeado por el camino principal y nos espera contemplando plácidamente la naturaleza hasta que logramos alcanzarla bajando por una cuesta pronunciada pero muy rápida y divertida. La encontramos recargando las pilas en paz y nos preparamos para disfrutar de otro espectáculo de la naturaleza.

Víctor, el alucinante hombre – canguro comienza a dar brincos y saltos enormes aprovechando una elevación del terreno. Me empeño en tratar de cazarlo en una instantánea y como es de esperar fracaso de nuevo. Sin embargo, y para asegurar el recuerdo, aquí cuelgo esta fotografía miserable.



Reanudamos el camino dirigiéndonos por el camino principal hacia otro paraje bonito y agreste, pero antes, debo poner en evidencia mis limitaciones técnicas en una senda de tierra suelta y de alguna forma pegajosa… El patito y yo nos bajamos de la bici, Ángel trata de disciplinar su displicente cadena y Víctor, el fantástico remonte – humano trepa por la senda como si fuera una ardilla.












Arriba nos espera un cruce de caminos y una guerra de fotos entre Ángel y yo, los reporteros de la excursión. Un pino de forma singular nos ayuda en el encuadre. Al fondo, un valle tras la quebrada que acabamos de subir.





El patito ya nos acompaña a todas partes y no nos abandonará más, pedaleando como una tigresa y dando lo mejor de sí misma. Ahora la excursión transcurre por una zona más alta de la que disfrutamos, con esas vistas que te hacen odiar aún más tu trabajo en la oficina. Pronto comenzarán los coronillos veteranos a sentir inquietud y afán explorador, pero todavía tenemos tiempo para más fotos.












Una senda aparece (apenas una traza entre el pasto de la cañada) y resulta desconocida para los aguiluchos coronillos. Yo no veo nada, el pato tampoco; pero Ángel y Víctor, con los sentidos aguzados del nativo serrano, ven una oportunidad de descubrir una nueva senda, y eso es el Santo Gríal del coronillo verdadero; así que nos internamos en la espesura y el zarzal. Pero antes, hay que reponer fuerzas.












Tras algunas zarzas y dificultades relacionadas con la agudeza de los pinchos y las tímidas protestas del patito, conseguimos avanzar hasta una vaguada donde ésta nueva senda se bifurca en tres direcciones. Todo un hallazgo. Exploramos el terreno mientras el patito nos espera en el centro de la vaguada y determinamos continuar en la dirección de Ángel. A todo esto, es tan difícil mantener en su sitio a Víctor, el inquieto explorador saltarín, como la cadena de la bici de Ángel.

Ahora nos espera la mítica bajada del tronchacadenas y su peligroso escalón, donde algún coronillo ha mordido el polvo, cosa que yo no hago por poco, muy poco … El patito tiene algo de miedo, pero Víctor, que además de ser un saltarín autodidacta, es un caballero de los pies a la cabeza, sirve de guía al pato mientras baja como puede. Regresamos a Peñascosa por caminos más abiertos mientras Ángel descubre que puede despegar del suelo las dos ruedas voluntariamente, no como yo, que cuando las despego es porque aterrizo otra parte del cuerpo. Un digno discípulo para Víctor, maestro de trapecistas.

Las últimas fotos de la excursión tienen que ver con pequeñas hazañas y retos en miniatura que afrontan los coronillos más atrevidos, en cuestas y rampas muy cercanas a las casas del pueblo. El patito ya se ha recogido, orgullosa por el éxito, y nosotros afrontamos con el corazón en la boca la cuesta del camping mientras el alucinante hombre – cohete nos adelanta como una exhalación.

El sol se esconde en Peñascosa, joya de la sierra de Alcaraz, y nosotros tenemos que regresar al mundo sin alma del trabajo alienante, pero el recuerdo queda, y la firme voluntad de volver.






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